lunes, 24 de diciembre de 2007

Internalizando conejos navideños

No sé que carajo quiere decir 'internalizar'. He buscado el palabrejo en el RAE pero no viene, aunque lo usen mucho los ministros y otros profesionales del dislate. El caso es que como los españoles no hemos internalizado el euro vamos repartiendo propinas dispendiosamente por bares y restaurantes y, por ello, además de cargarnos las previsiones económicas de ese señor con morritos de Pantagruel, somos los culpables del alza incontenible de los precios de las cosas de jamar. Y no puede ser. Así que esta Noche, en vez de carísimo cordero u oneroso cabrito, hay que internalizarse un conejo baratito y asequible. Y en lugar de inalcanzables angulas, unas lombricillas de tierra: se las decolora con un poquito de cloro diluido en agua, se les pintan unos ojillos con el Rotring del 01 y mucha paciencia y con un sofrito de cayena en polvo, riquísimas y todo vitaminas. Para postre cuarto y mitad de responsables y solidarias gominolas, que alegran mucho la vista con sus colorines. A mí no me importa. Lo de comerme un conejito, digo. Hace tanto tiempo que no lo pruebo Internalizándolo bien, eso sí, con sensatez y prudencia. Sin premura, degustándolo, dejándose llevar por sus aromas extraordinarios, por la delicadeza única de sus diferentes, placenteras y carnosas texturas. Ay, un conejito, quién lo pillara Siempre lo he dicho: para educada lengua y ministerial paladar no hay como el conejo. ¿Cuánto me alegra coincidir con el exquisito gusto, con la sabiduría gastronómica de todo un señor ministro! Los españoles somos bastante horteras y nos da por el colesterol caro para pasar la Nochebuena. Y no, para disfrutar de una buena noche lo mejor es un gazapillo como Dios y Solbes mandan. Claro que a los pobres de solemnidad que tienen el euro internalizado en una hipoteca siempre les quedará el gato. Mucho mejor que el hurón o la mofeta. Desde aquí les doy la receta: con lo que ahorran por no dar propinas, cómprense ustedes, pobres, un montón de latas de fuagrás y 15 litros de coñác de guisar. Háganse con un gatito, un cachorrillo callejero. Y mímenlo, acarícienlo mucho, denle confianza y mucho amor, nada de sobresaltos, mientras lo van engordando con el fuagrás al que se añadirán unas gotas de coñac. Al cabo del año, el gato andará ya por los 11 o 12 kilos. Ronrone ante en el regazo, confiado, degüéllese al animal con un corquete y honda pena. Luego de limpiarlo, espetón, vuelta y vuelta con moderado fuego, sal gorda y baños de aceite. Sirve el de cacahuete para ahorrar. Al señor ministro se lo pueden ir preparando con cognac Napoleón, paté de oca a la Contades, trufas, piñones, sal finísima, virginal aceite de oliva y un clavo del 12. Y, caballeros ricos o pobres, no se olviden de solicitar con mesura el conejito Pascual. Sus señoras y el señor ecónomo se lo agradecerán. Feliz, feliz Navidad.

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